domingo, 3 de junio de 2012

Educación liberal versus educación en libertad, I


¿Qué debería pensar un liberal acerca de la educación? ¿Por qué tipo de educación debería luchar o abogar? Y ¿cuán accesible debería luchar por que fuese tal o cual educación para tal o cual persona?

Entendamos por ideológicamente “liberal” a toda persona que crea que el Estado tiene como objeto garantizar que, en la medida de lo posible, las personas hagan todo aquello que voluntariamente decidan, sin sufrir coacciones de nadie ni, por tanto, infligirlas a nadie. Esto implica que el Estado respete y haga respetar los acuerdos legales o contratos establecidos entre individuos responsables. El liberalista rechaza, expresamente, que el Estado ejerza, paternalistamente, de educador de las personas en unos valores sustantivos, como no sea en aquellos, mínimos y “procedimentales”, que garantizan la ciudadanía tal como la entiende el liberalismo, o sea, el libre ejercicio de la “voluntad individual” (entendida, insisto, como “libertad negativa”, es decir, como la ausencia de coacción para buscar la satisfacción de deseos que no hay por qué ni quizás es posible justificar racionalmente).

En el terreno de la Educación (que, como para toda ideología política, es quizás el ámbito más sensible), el liberal debería, coherentemente, sostener el derecho del individuo a elegir la educación que desee.
Diferentes instituciones educativas pueden ofrecer, a juicio de cada uno, diferencias cuantitativas y cualitativas en educación. Unas pueden parecerle a uno mejores que otras, o simplemente diferentes en sus criterios pedagógicos, currícula, etc., y uno tiene el derecho a elegir a la carta, sin que le sea administrado un menú pedagógico.

Voy a dejar ahora a un lado la falacia liberal de entender que la libertad puede ser abstraída de otros factores como el nivel intelectual y cultural, la situación social y personal, etc. Me limitaré a la aporía referente a la educación, por lo que esta tiene de específico. Empezaré por la cuestión de quién debe poder elegir qué. En otra entrada me fijaré en cuánta accesibilidad debe desear un liberal que tenga cada tipo de educación para cada individuo.

…Uno, un individuo, deber ser libre de escoger la educación que prefiera, según le parezca… Pero ¿qué “uno”?, ¿qué individuo?

Cuando el “vulgo” liberal (y, cuando hablo de “vulgo”, me refiero a una masa que ocupa todo el espacio político liberal relevante en, por ejemplo, nuestro país -y en casi todos los demás, aunque en muy diversos grados-) cuando el vulgo liberal reclama libertad de elección educativa, está pensando (aunque sin pensarlo siquiera, porque se supone que va de suyo) en la libertad del padre (o “los padres”) para decidir en qué sistema educativo tiene necesariamente que ser educado su hijo.
Los ciudadanos liberales reclaman el derecho a decidir en qué escuela educarán a sus hijos, sin que ni el Estado ni nadie les obligue a otra cosa (curiosamente, eso sí, la mayoría de este vulgo liberal sigue las directrices de una institución totalmente totalitaria, en cuyo interior no es tolerable ninguna disensión ni ninguna pluralidad de sistemas de valores; institución que, cuando ha tenido sobre el poder político mayor influencia todavía de la que tiene, ha impuesto una única vía educativa, y es muy de suponer que volvería a hacerlo si gozase de la ocasión porque en verdad esta institución no cree -porque no es realmente liberal- que haya que distinguir valores sustantivos y procedimentales ).

¿Es esto lícito, incluso y sobre todo, desde un pensamiento liberal? ¿Son los padres los que tienen que gozar de la libertad de elegir la educación en que obligatoriamente han de ser educados sus hijos? ¿No debería ser, más bien, el individuo hijo quien elija cómo quiere recibir educación? Y, si no es así, ¿por qué el padre? Y, si es el padre quien tiene ese derecho, ¿de dónde emana este, y como se justifica liberalmente un derecho “familiar”?

Centrémonos en lo primero. ¿Por qué no el hijo?

Un recurso tentador para un representante de ese “vulgo liberal” sería argüir que los menores no tienen aún capacidad natural de elegir, ni, por tanto, propiamente libertad. Este recurso está mal encaminado, porque se compromete implícitamente a definir “libertad” o libre albedrío, no como la “libertad negativa” de I. Berlin, sino de una forma lo suficientemente sustantiva o positiva como para disparar contra sí mismo: explica demasiado. ¿Es acaso libre un adulto, por el simple hecho de haber cumplido unos cuantos años, independientemente de que haya recibido esta o aquella educación y vivido en estas o aquellas circunstancias? Precisamente el argumento anti-liberal dice que la libertad “burguesa” es una abstracción y una ficción. ¿Reconocerá el padre liberal que una libertad sin conocimiento es una pura vacuidad?

Pero supongamos, en aras del argumento (lo que no significa concederlo), que un bebé carece de suficiente capacidad como para elegir completamente qué educación prefiere. Aun así, ¿carece por completo de esa capacidad? ¿No es evidente, en muchos de sus signos, si el modo en que se le está tratando es de su agrado? ¿No puede elegir si prefiere educarse jugando, o si es demasiado prematuro que se le enseñe a escribir, o si no quiere que se le prive del chupete, o se le quite el pañal, o se le prescriba las horas de comidas y sueño, etc.?

Aquí, nuevamente, el vulgo liberal se arroga despóticamente más conocimientos que la naturaleza, y arguye que el niño no conoce “las consecuencias” de lo que desea ahora. Pero, nuevamente, este es un argumento fallido. ¿Lo sabe perfectamente el adulto? ¿Lo saben todos los adultos en el mismo grado? Y, dado que no es así, ¿no deberían gozar unos de más libertad de elección que otros? Pero, lo que es más, en último extremo ¿por qué hemos de imponer qué consecuencias tiene que disfrutar o padecer otro individuo, el niño por ejemplo? Desde una perspectiva liberal, ¿se equivoca moralmente, de alguna manera, quien decide vivir el presente, sin atender al futuro o incluso ignorándolo? ¿Es lícito imponerle lo contrario?

Pero supongamos, aún, que fuese razonable que los padres (y resto de adultos) “guiasen” al niño, en la medida en que este no tiene, manifiestamente, “capacidad” de elegir de una manera semejante a los adultos. ¿No es manifiesto también que a medida que crece, un niño, y de manera descarada ya el adolescente, tiene todo lo que hace falta para satisfacer los criterios de libertad de la concepción liberal? ¿No debería el Estado proteger esta libertad de elección? ¿No tendría, una sociedad liberal, que legislar y habilitar los mecanismos que garantizasen que cualquier persona, en la medida en que es capaz de tener deseos y un mínimo de racionalidad (como la que se le exige a uno para poder firmar un contrato de trabajo o de compra-venta), pudiese elegir libremente qué, cómo y cuándo desea educarse?

Lo cierto, sin embargo (el lector lo sabe muy bien), es que, todo esto, el vulgo liberal (y recuerdo que incluyo aquí a prácticamente todo el mundo liberal –salvo ciertos “alternativos”-) ni se lo ha preguntado una sola vez. Sencillamente da por hecho que hablar de libertad de educación es idéntico a hablar de la libertad de los padres para imponer la educación a los hijos. Y esto es una contradicción. Si no se considera que los niños sean seres completamente amorfos, con los que se puede hacer lo que uno quiera, sino que tienen, o van teniendo progresivamente, una cierta naturaleza de personas individuales, hay que reconocerles la libertad. Y, si para los adultos no es preciso graduar esa libertad, tampoco puede serlo para los menores. Si uno no tiene por qué justificar sus deseos (como se supone en el espíritu y se dice en la letra liberales), tampoco tiene por qué justificarlos si tiene quince, diez o cinco años. Lo que existe es, pues, una dominación completamente despótica en el interior del mundo vulgar liberal. Los lugares donde el liberalismo ha sido llevado a la escuela, como en Summerhill, suelen considerarse objeto de mofa por parte del ignorante liberal medio, en cuyas manos estamos.

En cuanto a que sean los padres los que tengan, “por naturaleza”, el derecho, es algo que, sin discutir si es cierto o no, es inconsistente también con lo que reclama el liberal. Pero el vulgo liberal gusta de estas inconsecuencias, habitualmente muy favorecedoras de sus ignorantes y egoístas intereses a corto plazo: por ejemplo, la existencia de naciones y fronteras, y de imposición manu militari a otros países un régimen nada liberal.

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